Ultimo discurso de Carlos Andrés Pérez como Presidente de Venezuela, 20 de mayo de 1993
Abajo el último discurso de Carlos Andrés Pérez como Presidente de Venezuela. Ayer el ex-Presidente cumplió 88 años. Creo que él nunca imaginó que la miseria de quienes le sucedieron lo reivindicaría a diario como verdadero demócrata. Hay muchas cosas aquí que indican que CAP estaba mucho más claro que muchos, en relación a lo que entonces se nos venía encima. Muchos de los que se empeñaron en sacarlo de la Presidencia a siete meses de culminar su período, y reivindicar a los golpistas de Febrero y Noviembre de 1992, hoy en día son perseguidos por el gobierno de Chávez. Otros han pactado con Chávez, otros han muerto, y aún un grupo está instalado en el gobierno. Hoy en día resulta casi imposible que todos estos personajes en algún momento hicieran una disímil coalición para dar al traste con su Presidencia. En su terco empeño se llevaron consigo a la democracia venezolana. -------------------------------------------------------------------------------- Me dirijo a mis compatriotas en uno de los momento más críticos de la historia del país y de los más difíciles de mi carrera de hombre público. Debo confesar que pese a toda mi experiencia y al conocimiento de la dramática historia política de Venezuela, jamás pensé que las pasiones personales o políticas pudieran desbordarse de manera semejante y que ya Venezuela podía mirar hacia atrás sin el temor a los incesantes desvaríos de la violencia tan comunes en nuestro proceso histórico. Ha cambiado poco nuestra idiosincrasia. Nuestra manera cruel de combatir sin cuartel. Ha revivido con fuerza indudable un espíritu inquisitorial y destructor que no conoce límites a la aniquilación, sea moral o política. Reconozco con inmenso dolor esta realidad y no solo porque yo sea el objetivo de los mayores enconos, a quien se le declara la guerra y se le quiere conducir al patíbulo, sino porque este es un síntoma y un signo de extrema gravedad, de algo que no desaparecerá de la escena política porque simplemente se cobre una víctima propiciatoria. Esta situación seguirá afectando, de manera dramática, al país en los próximos años. Yo represento una larga historia política. Una historia que arranca a partir de la muerte de Juan Vicente Gómez y de los primeros gobiernos que sucedieron a la dictadura que demoró por tantas décadas nuestra presencia en el siglo XX. Formé parte de los jóvenes que en 1945 se lanzaron temerariamente a transformar el país. Derrocado Rómulo Gallegos, asumimos todos los riesgos para recuperar para Venezuela su libertad y su dignidad de pueblo libre. Formé parte de quienes desde 1958 combatieron con mayor denuedo por la democracia, contra la subversión que en esos duros años puso en jaque nuestras nacientes instituciones democráticas. En el camino dejamos muchos adversarios vencidos, pero jamás humillados, por el contrario, se les tendió la mano franca cada vez que fue preciso. Como no soy un acumulador de resentimientos, me equivoqué al suponer que todos actuábamos así y que las diferencias y los duelos políticos nunca serían duelos a muerte. Supuse que la política venezolana se había civilizado y que el rencor y los odios personales no determinarían su curso. Me equivoqué. Hoy lo constatamos.Pido a mis compatriotas que entiendan estas reflexiones no como expresión nostálgica o dolida de quien se siente vencido o derrotado. No. Ni vencido ni derrotado. Mis palabras son una convocatoria a la reflexión de mis compatriotas sobre los duros tiempos que nos esperan y un llamado a los líderes políticos, a los responsables de los medios de comunicación, para que mediten y adecúen su conducta a la gravedad del momento que vivimos. Ojalá que nos sirva la lección de esta crisis. Que se inicie una rectificación nacional de las conductas que nos precipitan a impredecibles situaciones de consecuencias dramáticas para la economía del país y para la propia vigencia de la democracia que tantos sacrificios ha costado a nuestro pueblo.