lunes, 10 de enero de 2011

Discurso de Dilma Roussef. Chávez, aprenda como se construye el bienestar y la felicidad para un Pueblo.

Los discursos presidenciales de inauguración son, por naturaleza, un ejercicio de reafirmación y de compromiso con un programa de trabajo y unas ideas políticas generales, a través de los cuales se puede entrever a grandes trazos su acción política futura. Generalmente, dichos discursos son útiles para vislumbrar las líneas generales del camino que alguien tomará durante su conducción política, a menos que el proponente sea un resuelto mentiroso contumaz o mantenga una agenda oculta. El de Dilma Rousseff, no tenía porqué ser una excepción, sobre todo porque significa la continuación y profundización de la obra de Lula da Silva.


Como primera mujer en la presidencia de Brasil y parte del Partido de los Trabajadores -en el poder desde hace 8 años- era inevitable que destacase su compromiso de honrar a la mujer, además de proteger a los más débiles y gobernar para todos, al señalar en su intervención que venía a consolidar la obra transformadora de su antecesor, que considera como el paso a una etapa histórica que ahora le toca fortalecer para encaminar a Brasil como una nación generadora de las más amplias oportunidades. Como economista y política comprometida con el desarrollo, dedicó gran parte de su alocución al desarrollo económico y social de Brasil.

La presidenta destacó que su país vive uno de sus mejores períodos, en el cual se están creando millones de empleos, se ha más que duplicado la tasa de crecimiento, se ha puesto fin a un largo período de dependencia del FMI, se ha superado la deuda externa y se ha reducido una deuda histórica social mediante el rescate de millones de brasileños de la tragedia de la miseria y la incorporación de otros millones a la clase media. Para darle continuidad a esa labor y consolidar a Brasil como una de las naciones más desarrolladas y menos desiguales del mundo, un país de sólida clase media y empresarial, Rousseff recalcó no sólo la necesidad de mantener los fundamentos que habían hecho posibles esos logros, sino también la ineludible y urgente tarea de fortalecer el sentido programático de los partidos políticos, mejorar su institucionalidad, restaurar sus valores y darle transparencia a la gestión pública.

Señaló igualmente que para prolongar el actual ciclo de crecimiento es necesario garantizar la estabilidad de precios y eliminar los obstáculos que aún inhiben el dinamismo de la economía, facilitando la producción y estimulando el espíritu emprendedor, desde las grandes empresas hasta las pequeñas y desde la agroindustria hasta la agricultura familiar. Consideró igualmente que la valorización del parque industrial y la ampliación de su capacidad exportadora deben ser metas permanentes, que al igual que la competitividad de la actividad agrícola y pecuaria debe recibir la mayor atención, destacando que el apoyo a los grandes exportadores no es incompatible con los incentivos a la agricultura familiar y al microempresario, pues las pequeñas empresas son responsables de la mayor parte de los empleos permanentes, por lo que deben ser objeto de políticas tributarias y crediticias permanentes.

Al afirmar que la erradicación de la pobreza extrema y la creación de oportunidades para todos no es una tarea aislada del gobierno sino del conjunto de la sociedad, pidió el apoyo de las instituciones públicas y privadas, de todos los partidos, de las empresas y sus trabajadores, de las universidades, de la juventud, de la prensa en su conjunto y de las personas de bien en general, puesto que la superación de la miseria exige de un largo y sostenido ciclo de crecimiento en el cual se generen los empleos necesarios para las generaciones actuales y futuras. Ese crecimiento, advirtió, debe estar asociado a fuertes programas sociales para vencer las desigualdades de ingreso y desarrollo regional, lo que implica mantener la estabilidad económica como valor absoluto, pues ya forma parte de la cultura nacional reciente la convicción de que la inflación desorganiza la economía y envilece los ingresos del trabajador, y no se puede permitir, bajo ninguna hipótesis, que esta plaga vuelva a corroer el tejido económico nacional y a castigar a las familias más pobres.

Convencida de que la lucha por mejorar la calidad de la educación, la salud y la seguridad deberá ser prioritaria, señaló que para que exista una educación de calidad es necesario tratar a los maestros como verdaderas autoridades de la educación, proporcionarles formación continua y remuneración adecuada, ya que solo mediante un avance en la calidad de la educación se podrá formar jóvenes preparados que conduzcan a una sociedad de la tecnología y el conocimiento. Destacó que la consolidación de un Sistema Único de Salud debe ser otra de las grandes prioridades del gobierno y que para ello se asociaría con el sector privado en el área de la salud. De la misma forma, la acción integrada de todos los niveles de gobierno y la participación de la sociedad en la reducción de la violencia que restringe a la sociedad y las familias brasileñas debe ser objeto de un trabajo permanente para garantizar la presencia del Estado en todas las regiones sensibles a la acción de la criminalidad y las drogas, con el decidido concurso de los estados y municipios.

Al calificar los recientes descubrimientos petrolíferos como resultado del avance tecnológico y las políticas de inversión en investigación e innovación, afirmó que su desarrollo fortalecerá a Petrobras, símbolo histórico de la soberanía de Brasil en materia de energía, cuyas inversiones generarán miles de nuevos puestos de trabajo. Su gobierno, afirmó, tiene la responsabilidad de transformar esa enorme riqueza en ahorro a largo plazo, y al mismo tiempo proporcionar a las generaciones actuales y futuras las inversiones necesarias para mejorar la calidad de los servicios gubernamentales, reducir la pobreza y mejorar el medio ambiente, rechazando el gasto precipitado que sólo engendra deudas y desesperación para las generaciones futuras.

Rousseff sostuvo que por primera vez Brasil se enfrenta a la oportunidad de convertirse en una nación desarrollada, con la marca inherente de su cultura y su estilo -el amor, la generosidad, la creatividad y la tolerancia- una nación en la que la preservación de sus reservas naturales y sus inmensos bosques, junto a una rica biodiversidad y la matriz energética más limpia del mundo, permitan el inédito proyecto de un país desarrollado con un fuerte componente ambiental.

Reconociendo que el mundo vive un acelerado ritmo de desarrollo científico y tecnológico, expresado desde el descifre del código genético hasta la explosión de las comunicaciones y la informática, señaló que Brasil necesita avanzar aún más en la investigación y la tecnología, para lo cual se comprometió a apoyar fuertemente el desarrollo científico y tecnológico para el dominio del conocimiento y la innovación, como promotores de la productividad.
En materia de política exterior, la presidenta reiteró que esta seguirá basándose en los valores clásicos de la tradicional diplomacia brasileña de promoción de la paz, respeto al principio de no intervención, defensa de los derechos humanos y fortalecimiento del multilateralismo. Al señalar que continuará profundizando sus relaciones con los vecinos sudamericanos, de América Latina y del Caribe, así como de África, Medio Oriente y los países asiáticos, expresó que se preservarán y profundizarán las relaciones con los Estados Unidos y la Unión Europea, y reiteró su decisión de asociarse con el desarrollo económico, social y político regional, proporcionándole cada vez mayor consistencia al MERCOSUR y a UNASUR, para transformar a la región en un componente esencial del mundo multipolar que se anuncia. En concordancia con la tradicional defensa de la paz, expresó que Brasil no podrá ver con indiferencia la existencia de enormes arsenales atómicos, la proliferación nuclear, el terrorismo y el crimen transnacional organizado, y que en su acción externa continuará propugnando la reforma de los organismos de gobernabilidad mundial, en especial de las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad.

Hacia el final de su discurso, convocó a todos los brasileños a participar en el esfuerzo de transformar el país y señaló que desearía contar para ello con los poderes  legislativo y judicial, dentro del respeto a su autonomía y al principio de la federación, en sociedad con los gobernadores y alcaldes, para continuar desarrollando a Brasil mediante el perfeccionamiento de las instituciones y el fortalecimiento de la democracia, con plena garantía de las libertades individuales, de libertad de culto y religión, de libertad de prensa y opinión, reafirmando que prefería el ruido de una prensa libre al silencio de las dictaduras.

Antes de terminar, Rousseff afirmó que ella, como tantos otros de su generación que lucharon contra las arbitrariedades y la censura de la dictadura militar, no podía ser sino amante de la más amplia democracia y defensora intransigente de los derechos humanos, tanto en Brasil como en el mundo, y recordó que pese a su pasado guerrillero y a los tormentos a que fue sometida no guarda rencores ni resentimientos. Asimismo, extendió su mano a los partidos de oposición y a los sectores de la sociedad que no votaron por ella, asegurando que no habrá discriminación, privilegio, ni amiguismo de su parte, pues a partir de ese momento era la presidenta de todos los brasileños, bajo la égida de los valores republicanos.

Si alguien esperaba escuchar de la antigua luchadora de izquierda un discurso radical, recriminatorio o revanchista, salpicado de las usuales estridencias tropicales, debe haber quedado decepcionado de su contenido, llamando más bien a la participación de todos los brasileños a construir un país mediante el fortalecimiento de la empresa privada, la promoción de la competitividad y productividad, con una educación de calidad, con mayor desarrollo tecnológico y científico, en democracia, y en pleno ejercicio de sus derechos ciudadanos.

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